Comentario
La muerte de la madre tenía para la unidad familiar consecuencias distintas que la del padre desde el punto de vista legal. La esperanza de vida era mayor para los hombres que para las mujeres -muchas morían de sobreparto, en su mayoría jóvenes- lo que hacía que la muerte de la esposa determinara la disolución de la unidad conyugal. Había más viudos que viudas. Estos solían contraer nuevas nupcias, mientras que las mujeres mantenían su estado.
El viudo mantenía la patria potestad e incluso incrementaba sus facultades matrimoniales: administraba la herencia de la difunta, que engrosaba la herencia correspondiente a los hijos. Cuando el que moría era el esposo, la viuda conservaba la potestad sobre sus hijos mientras fueran menores de edad y con la condición de que no se casara hasta pasado un año.
Los testamentos comenzaban con una declaración de fe. Se reconocía la creencia en Dios y las devociones concretas. En el caso de negras, mulatas o zambas libres manifestaban también su identificación étnica. Luego daban relación de sus bienes y de las transacciones económicas que hubieran realizado hasta el momento de hacer testamento. Era también usual que fundaran una capellanía y aseguraran su mantenimiento con lo que proveían la celebración de misas por la eterna salvación de su alma y la de sus allegados. Si tenían esclavos declaraban cómo debían queda. Muchos de ellos recibían como herencia la cantidad suficiente para comprar su libertad, o quedaban directamente libres por la voluntad de su dueña. Se ocupaban también de que quedaran en buena situación sus criadas, ahijados y familiares.
Las familias de las clases altas tenían un enterramiento propio en la iglesia, señal del puesto de honor que ocupaban en la sociedad. Las propias mujeres de estas familias (como Juana de Rojas) se ocuparon de su entierro y de las misas a celebrar tras su fallecimiento. Entierros, misas, y su seguro, como era la fundación de capellanías, legados, limosnas y obras pías de todo tipo cobraban una gran importancia en la última hora y preocupaban a los hombres y las mujeres durante toda su vida. Los testamentos están llenos de recomendaciones sobre estas materias, reflejan los linajes y la vida afectiva de las familias y son un testigo perfecto de la actitud del hombre y de la mujer ante la muerte.
Un ejemplo ilustrativo es el de Doña Mariana Quispe Asarpay, descendiente de Atahualpa, enterrada en la iglesia mayor del Cuzco con la presencia del cura y el sacristán de la iglesia portando la cruz alta, asistidos por cuatro acompañantes y redoble de campanas. Antes de proceder al entierro, se ofreció una misa cantada. La difunta fue amortajada con el hábito de Santa Clara, tal como pidió en su testamento. En lo que toca a los descendientes de los incas, el curso de sus destinos fue más bien desigual, y hacia mitad del siglo XVII, varios de ellos pasaban necesidades y privaciones y, en consecuencia, debieron resignarse a tener funerales muy modestos.